LA 99

Quiero escribir algo pero no sé qué escribir. Si, no sé qué escribir. Se me ocurren algunas cosas, escribo tres palabras y enseguida me parece una estupidez. Sin embargo, tengo la necesidad de escribir. Mi cerebro me lo pide a gritos: “¡Escribí! ¡Escribí!” Pero son sólo gritos y ninguna idea. Nada coherente, en el que valga la pena gastar tinta, y que valga la pena ser leído. Sinceramente, no se me ocurre nada. Miro un vaso y digo: “Poema a un vaso”, pero me doy cuenta que para los poemas soy una incompetente. Ni una rima. Miro una silla y digo: “La descripción de una silla” o “Las múltiples funciones de una silla”. Pero me doy cuenta que eso antes lo escribió otro, pero en forma de historieta. Ye entonces pienso en una bicicleta, pero, ¿Qué se puede decir de una bicicleta? Quizás muchas cosas, pero no es mi objetivo escribirle a una bicicleta. Entonces, miro la radio. Se me ocurre algo que puede ser fabuloso. Escribo seis palabras y tacho todo. Lo fabuloso, de pronto, se convierte en gilada. Entonces, guardo mi cuaderno secreto y mi lapicera roja y me digo a mí misma que tendré que invocar a las musas. Apenas tres minutos después, digo: “Solamente voy a escribir. Escribir que no sé qué escribir”. Y acá estoy, escribiendo que no se me ocurre nada, algo que es realmente una taradez, pero que increíblemente me pareció algo bueno. Las musas vinieron en mi ayuda y yo les agradezco. Con letra rápida y desprolija, para que no se me escape nada, escribo esto. Y mi cerebro, pobrecito, respira tranquilo.